martes, 24 de mayo de 2011

Señor, como quisiera

Señor, cómo quisiera
en cada aurora aprisionar el día,
y ser tu primavera
en gracia y alegría,
y crecer en tu amor más todavía.

En cada madrugada
abrir mi pobre casa, abrir la puerta,
el alma enamorada,
el corazón alerta,
y conmigo tu mano siempre abierta.

Ya despierta la vida
con su canción de ruidos inhumanos;
y tu amor me convida
a levantar mis manos
y a acariciarte en todos mis hermanos.

Hoy elevo mi canto
con toda la ternura de mi boca,
al que es tres veces santo,
a tí que eres mi Roca
y en quien mi vida toda desemboca.
Amén
Anónimo.
EL DISCÍPULO

Tu lenguaje, Señor, es muy sencillo,
mas no así el de tus discípulos
que hablan en tu nombre.
Yo comprendo la voz de tus alas
y el silencio de tus árboles.

Comprendo la escritura de tus estrellas
con que nos explicas el cielo.
Comprendo la líquida redacción de tus ríos
y el idioma soñador del humo,
en donde se evaporan
los sueños de los hombres.

Yo entiendo, Señor, tu mundo,
que la luz nos describe cada día
con su tenue voz.

Y beso en la luz la orilla de tu manto.
El viento pasa enumerando
tus flores y tus piedras.

Y yo, de rodillas,
te toco en la piedra y en la flor.
A veces pego mi oído
al corazón de la noche
para oír el eco de tu corazón.

Tu lenguaje es sencillo, mas no así
el de tus discípulos que hablan en tu nombre.
Pero yo te comprendo, Señor.

Anónimo.

sábado, 7 de mayo de 2011

Hazme ir más despacio, Señor


 
Acompasa el latir de mi corazón aquietando mi mente.
Apacigua mis apresurados pasos
con la visión del alcance eterno del tiempo.

Ablanda la tensión de mis nervios y músculos
con la música relajante de las melodías
que perduran en mi memoria.

Ayúdame a experimentar el mágico poder restaurador del sueño.
Enséñame el arte de tomarme pequeñas vacaciones:
detenerme para mirar una flor,
charlar con una amistad,
acariciar un perro,
leer unas pocas líneas de un buen libro...

Hazme ir más despacio, Señor,
e inspírame cómo echar raíces profundas
en la tierra de los valores perennes de la vida,
para que pueda crecer hasta la cima de mi grandioso destino.

Jill Harris

LA SABIDURÍA DE SÓCRATES

Un hombre fue a donde estaba Sócrates y le dijo:
- Oye Sócrates, escucha lo que te tengo que contar de como un amigo tuyo...
- Calla, -le interrumpió el sabio-, ¿has ya pasado lo que me quieres contar por los tres cedazos?
- ¿Tres cedazos? ¿Cuáles?
- ¡Si cierto, tres cedazos! El primero es el de la verdad. ¿Has comprobado que lo que me vas a contar es verdad?
- No, verdaderamente lo he oído decir; pero...
- Entonces, lo habrás pasado por el segundo, esto es, el de la bondad: ¿Lo que me vas a contar, si no sabes si es verdadero, será por lo menos bueno?
- No, ciertamente no, más bien al contrario...
- ¡Ah, -interrumpió Sócrates- entonces probemos con el tercer cedazo: Pregúntate si es necesario que me cuentes todo aquello que al parecer te ha impresionado.
- Verdaderamente, necesario, lo que se dice necesario, no lo es...

- Entonces, -respondió el sabio-, si lo que me quieres decir no es ni verdadero, ni bueno, ni necesario, metámoslo en el olvido y no nos ocupemos más de ello.
Anónimo