lunes, 27 de septiembre de 2010

CRUZ DE LOS JOVENES. CRUZ PEREGRINA.

Las fotografías de La Cruz de los Jovenes
las he hecho en Santa Cruz de la Palma
el cinco de mayo de 2010.


Al entrar en O`Daly (Calle Real) en
Santa Cruz de la Palma

En la Iglesia de El Salvador


O`Daly (Calle Real) Santa Cruz de La Palma

 
Icono de la Virgen.
Abajo a la izquierda, leyenda inscrita en la
Cruz de los Jovenes en seis idiomas.

La Cruz y el Icono de la Virgen, conocida como “LA CRUZ DEL AÑO SANTO”, “la Cruz del Jubileo”, la Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud”, la “Cruz Peregrina” o “LA CRUZ DE LOS JOVENES”. Cabe recordar que desde 1984, ha visitado los lugares más recónditos de la Tierra: países de la Europa del este, la zona cero de Manhattan, Canadá donde fue transportada por esquimales o los países más pobres del Mundo.
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Este año, en plenas fiestas de la cruz, concretamente, del 2 al 6 de mayo la llamada ‘Cruz de los Jóvenes’ visitará las islas que conforman la Diócesis Nivariense. Visitará El Hierro, La Gomera y La Palma. Se trata de una Cruz que fue entregada por Juan Pablo II en las Jornadas de Jóvenes de 1984 y, desde entonces, está presente en todas las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) que se desarrollan en las diferentes ciudades del mundo. Asimismo, la Cruz vendrá acompañada del Icono de la Virgen, el cual fue entregado también por Juan Pablo II a los jóvenes en 2004. Ambos símbolos cristianos han recorrido numerosas ciudades llevando el mensaje de Cristo, entre ellas, París, Roma, Toronto, Manila, Colonia y Sydney… El Papa encomendó a los jóvenes la tarea de llevarla por el mundo «como símbolo del amor de Jesús a la humanidad».
Fuente: http://www.obispadodetenerife.es/MAIN/main.html
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En el año 2002, la Cruz continuó su viaje por el Canadá, interrumpido por tres días en el mes de febrero, al ser llevada al Ground Zero, Nueva York, como signo de esperanza para el pueblo de los Estados Unidos, poco después de la tragedia del 11 de septiembre. A continuación, la Cruz regresó al Canadá. El 28 de abril un grupo de jóvenes de Ontario y del Quebec (llamados ‘portageurs’) partió con la Cruz desde la Catedral María Regina Mundi de Montreal, para llevarla a pie hasta Toronto, en una peregrinación que duraría 43 días: dondequiera que se detuviese durante este viaje, la Cruz atraía a muchísima gente, que venía a tocarla y a abrazarla, rezando fervorosamente. En Toronto, la Cruz se quedó con los jóvenes para toda la XVII Jornada Mundial de la Juventud, la cual estuvo en el centro de todas las celebraciones principales. Éstas son las palabras del Papa durante la Ceremonia de acogida en Toronto: “¡Es caminando con Cristo donde se puede conquistar la verdadera alegría! Precisamente por esta razón Él os ha repetido también hoy un mensaje de alegría: ‘Bienaventurados...’. Acogiendo ahora su Cruz gloriosa, aquella Cruz que junto a los jóvenes ha recorrido las calles del mundo, dejad que resuene en el fondo de vuestro corazón esta palabra consoladora y comprometedora: ‘Bienaventurados...’ (25 de julio 2002).
Fuente: http://www.vatican.va/

sábado, 25 de septiembre de 2010

CUENTO

LA FELICIDAD DE NO DEPENDER
La historia se refiere a un individuo que se mudó de aldea, en la India, y se encontró con lo que allí llaman un sennyasi. Este es un mendicante errante, una persona que, tras haber alcanzado la iluminación, comprende que el mundo entero es su hogar, el cielo su techo y Dios su Padre, que cuidará de él. Entonces se traslada de un lugar al otro. Tal como tú y yo nos trasladaríamos de una habitación a otra de nuestro hogar.
Al encontrarse con el sennyasi, el aldeano dijo: -"¡No lo puedo creer! Anoche soñé con usted. Soñé que el Señor me decía: -Mañana por la mañana abandonarás la aldea, hacia las once, y te encontrarás con este sennyasi errante- y aquí me encontré con usted."
-"¿Qué más le dijo el Señor?" Preguntó el sennyasi.
Me dijo: -"Si el hombre te da una piedra preciosa que posee, serás el hombre más rico del mundo ... ¿Me daría usted la piedra?"
Entonces el sennyasi revolvió en un pequeño zurrón que llevaba y dijo: -"¿Será ésta la piedra de la cual usted hablaba?"
El aldeano no podía dar crédito a sus ojos, porque era un diamante, el diamante más grande del mundo. -"¿Podría quedármelo?"
- "Por supuesto, puede conservarlo; lo encontré en un bosque. Es para usted."
Siguió su camino y se sentó bajo un árbol, en las afueras de la aldea. El aldeano tomó el diamante y ¡qué inmensa fue su dicha! Como lo es la nuestra el día en que obtenemos algo que realmente deseamos.
El aldeano en vez de ir a su hogar, se sentó bajo un árbol y permaneció todo el día sentado, sumido en meditación. Y, al caer la tarde, se dirigió al árbol bajo el cual estaba sentado el sennyasi, le devolvió a éste el diamante y dijo: -"¿Podría hacerme un favor?"
- "¿Cuál?" le pregunto el sennyasi.
-"Podría darme la riqueza que le permite a usted deshacerse de esta piedra preciosa tan fácilmente?"
                                               Popular

sábado, 18 de septiembre de 2010

Suelta...

Suelta... deja ir...

A veces, es mejor dejar que algo se vaya y comenzar de nuevo. Hay cosas que nos pasan en la vida que encontramos difíciles de aceptar. Los recuerdos regresan y nos perturban una y otra vez. Cuando algo sucede en nuestras vidas que encontramos difícil de aceptar, tenemos que decidir si hay algo que podamos hacer para cambiar las cosas.

Si lo hay, debemos hacer lo que podamos para que todo esté de nuevo bien.

Pero si hemos hecho todo lo posible, y en nuestro corazón sabemos que ahora no hay nada más que hacer, entonces, dejemos que se vaya lo que nos quita la tranquilidad.

Después de haber repasado los "qué hubiera pasado si..." y los "por qué", quizás aprendamos una lección valiosa.
Y descubramos que si bien fue doloroso, crecimos por la experiencia.

Aprender a dejar ir las cosas, en vez de preocuparnos por lo que pudo haber sido, con el tiempo podría ser más valioso que aquello que hemos dejado ir.

"Todo lo que sucede, sucede por una razón"
Anónimo.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Carta a un Amigo

Carta a un Amigo
No puedo darte soluciones para todos los problemas de la vida, 
ni tengo respuestas para tus dudas o temores,
pero puedo escucharte y buscarlas junto a ti.
No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro.
Pero cuando me necesites, estaré allí.
No puedo evitar que tropieces.
Solamente puedo ofrecerte mi mano para que te sujetes y no caigas.
Tus alegrías, tu triunfo y tus éxitos no son míos.
Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.
No juzgo las decisiones que tomas en la vida.
Me limito a apoyarte, a estimularte y a ayudarte si me lo pides.
No puedo impedir que te alejes de mí.
Pero si puedo desearte lo mejor y esperar a que vuelvas.
No puedo trazarte límites dentro de los cuales debas actuar, 

pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.
No puedo evitar tus sufrimientos cuando alguna pena te parte el corazón, 

pero puedo llorar contigo y recoger los pedazos para armarlo de nuevo.
No puedo decirte quién eres ni quién deberías ser.
Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.
En estos días ore por ti...
En estos días me puse a recordar a mis amistades más preciosas.
Soy una persona feliz: tengo más amigos de lo que imaginaba.
Eso es lo que ellos me dicen, me lo demuestran.
Es lo que siento por todos ellos.
Veo el brillo en sus ojos, la sonrisa espontánea
y la alegría que sienten al verme.
Y yo también siento paz y alegría cuando los veo
y cuando hablamos, sea en la alegría o sea en la serenidad,

en estos días pensé en mis amigos y amigas
y, entre ellos, apareciste tú.
No estabas arriba, ni abajo ni en medio.
No encabezabas ni concluías la lista.
No eras el número uno ni el número final.
Lo que sé es que te destacabas por alguna cualidad
que transmitías y con la cual desde hace tiempo
se ennoblece mi vida.
Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero,
el segundo o el tercero de tu lista.
Basta que me quieras como amigo.
Entonces entendí que realmente somos amigos.
Hice lo que todo amigo: Ore...
y le agradecí a Dios que me haya dado la oportunidad
de tener un amigo como tú.
Era una oración de gratitud: Tú has dado valor a mi vida...
(Jorge Luis Borges)